Nuestra Casa disfrutó la noche del pasado viernes de un excelente recital a cargo de Julián Estrada, que asistido de la poderosa guitarra de Jesús Zarrias cuajó una actuación de carácter antológico, en la que abrió la baraja de cantes para deleite de los aficionados.
La actual generación de artistas tiene la ventaja de manejar una cantidad ingente de información, y obviar el inmenso repertorio de lo jondo es casi una negligencia. Julián Estrada formó un mosaico de nueve cantes llenos de conocimiento, exactos, pulcros y emotivos. Algunos estilos, como las trilleras, la milonga o la farruca, apenas aparecen hoy día en los recitales. Qué mejor lugar que la Casa de Antonio Mairena para rescatar formas desde la rigurosidad y el sello personal.
Estrada posee una voz privilegiada, que tras una hora de cante permanece intacta, igual de poderosa, diáfana y varonil. Se repite a menudo que en el cante hay que vocalizar, pocos hacen caso, pero afortunadamente el amigo Julián sí. Qué claridad de matices. Las malagueñas fueron un viaje delicioso, rico y cadencioso, hasta llegar a la rabia final, templada con los abandolaos de maestro. Llenas de luz las alegrías, con letras simpáticas y un Jesús Zarrias en la cima de su originalidad. La soleá fue amasada, expuesta y variada, estilos de Triana y Alcalá. Fue el cante que solicitó más rajo, un sentido abandono que contrastaba con la elegancia y la composición de los demás.
En definitiva, el cordobés nos llenó el paladar de flamenco desde la serenidad y la entrega. No casualmente, su actuación en la Bienal fue uno de los momentos más comentados por los buenos aficionados, como pudimos contrastar ayer en la peña. Esperamos volver a tenerlo pronto por aquí.
ALEJANDRO MEDINA
23 de febrero de 2013